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viernes, 9 de noviembre de 2018

El arrabal del tango/ 33 - Una Historia del tango de Jorge Luis Borges (I)

Apéndice de una edición de Evaristo Carriego

HISTORIA DEL TANGO

Vicente Rossi, Carlos Vega y Carlos Muzzio Sáenz Peña, investigadores puntuales, han historiado de diversa manera el origen del tango. Nada me cuesta declarar que suscribo a todas sus conclusiones y aun a cualquier otra. Hay una historia del destino del tango, que el cinematógtafo periódicamente divulga; el tango, según esa versión sentimental, habría nacido en el suburbio, en los conventillos (en la boca del Riachuelo, generalmente, por las virtudes fotográficas de esa zona); el patriciado lo habría rechazado, al principio; hacia 1910, adoctrinado por el buen ejemplo de París, habría franqueado finalmente sus puertas a ese interesante orillero. Ese Bildungsroman, esa "novela de un joven pobre", es ya una especie de verdad inconcusa o de axioma; mis recuerdos (y he cumplido los cincuenta años) y las indagaciones de naturaleza oral que he emprendido, ciertamente no la confirman.

He conversado con José Saborido, autor de Felicia y de La morocha, con Ernesto Poncio, autor de Don Juan, con los hermanos de Vicente Greco, autor de La viruta y de La tablada, con Nicolás Paredes, caudillo que fue de Palermo, y con algún payador de su relación. Los dejé hablar; cuidadosamente me abstuve de formular preguntas que sugirieran determinadas contestaciones. Interrogados sobre la procedencia del tango, la topografía y aun la geografía de sus informes era simplemente diversa: Saborido (que era oriental) prefirió una cuna montevideana, Poncio (que era del barrio del Retiro) optó por Buenos Aires y por su barrio; los porteños del Sur invocaron la calle Chile, los del Norte, la meretricia calle del Temple o la calle Junín.

Pese a las divergencias que he enumerado y que sería fácil enriquecer interrogando a platenses o a rosarinos, mis asesores concordaban en un hecho esencial: el origen del tango en los lupanares. (Asimismo en la data de ese origen, que para nadie fue muy anterior el ochenta o posterior al noventa.) El instrumental primitivo de las orquestas -piano, flauta, violín, después bandoneón- confirma, por el costo, ese testimonio;  es una prueba de que el tango no surgió en las orillas, que se bastaron siempre, nadie lo ignora, con las seis cuerdas de guitarra. Otras confirmaciones no faltan: la lascivia de las figuras, la connotación evidente de ciertos títulos (El choclo, El fierrazo), la circunstancia que de chico pude observar en Palermo y años después en la Chacarita y en Boedo, de que en las esquinas lo bailaran parejas de hombres, porque las mujeres del pueblo no querían participar en un baile de perdularias. Evaristo Carriego la fijó en sus Misas herejes:

          En la calle, la buena gente derrocha
          sus guarangos decires más lisonjeros,
          porque al compás de un tango, que es La morocha,
          lucen ágiles cortes dos orilleros.

En otra página de Carriego se muestra, con lujo de afligentes detalles, una pobre fiesta de casamiento; el hermano del novio está en la cárcel, hay dos muchachos pendencieros que el guapo tiene que pacificar con amenazas, hay recelo y rencor y chocarrería, pero

          El tío de la novia, que se ha creído
          obligado a fijarse si el baile toma
          buen carácter, afirma, medio ofendido,
          que no se admiten cortes, ni aun en broma...

          Que, la modestia a un lado, no se la pega
          ninguno de esos vivos... seguramente.
          La casa será pobre, nadie lo niega,
          todo lo que se quiera, pero decente-.

El hombre momentáneo y severo que nos dejan entrever, para siempre, las dos estrofas, significa muy bien la primera reacción del pueblo ante el tango, ese reptil de lupanar, como lo definiría Lugones con laconismo desdeñoso (El payador, página 117). Muchos años requirió el Barrio Norte para imponer el tango -ya adecentado por París, es verdad- a los conventillos, y no sé si del todo lo ha conseguido. Antes era una orgiástica diablura; hoy es una manera de caminar.

Fragmento de la película argentina Puerta cerrada (1939) dirigida por John Alton
donde Libertad Lamarque interpreta La morocha

Continuará...

3 comentarios:

carlos perrotti dijo...

"A mí se me hace cuento que empezó" el tango... Todavía lo vemos desenvolviéndose y re-estructurándose como el baile de dos cuerpos liándose y tratando de encajar en la forma de uno solo.

carlos perrotti dijo...

...en la forma original de uno solo.

Juan Nadie dijo...

"dos cuerpos liándose y tratando de encajar en la forma original de uno solo." Genial.

El maestro Borges, que decía que era sordo para la música... Pero no era ciego, aunque lo aparentaba: sabía ver, algo que no le es dado a cualquiera.

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