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jueves, 15 de noviembre de 2018

El arrabal del tango/ 36 - Un Historia del tango de Jorge Luis Borges (IV)

HISTORIA DEL TANGO

Las letras

De valor desigual, ya que notoriamente proceden de centenares y millares de plumas heterogéneas, las letras de tango que la inspiración o la industria han elaborado integran, al cabo de medio siglo, un casi inextricable corpus poeticum que los historiadores de la literatura argentina leerán o, en todo caso, vindicarán. Lo popular, siempre que el pueblo ya no lo entienda, siempre que lo hayan anticuado los años, logra la nostálgica veneración de los eruditos y permite polémicas y glosarios; es verosímil que hacia 1990 surja la sospecha o la certidumbre de que la verdadera poesía de nuestro tiempo no está de La urna de Banchs o en Luz de provincia de Mastronardi, sino en las piezas imperfectas y humanas que se atesoran en El alma que canta. Una culpable negligencia me ha vedado la adquisición y el estudio de ese repertorio caótico, pero no desconozco su variedad y el creciente ámbito de sus temas. Al principio el tango no tuvo letra o la tuvo obscena y casual. Algunos la tuvieron agreste (Yo soy la fiel compañera - del noble gaucho porteño) porque los compositores buscaban lo popular, y la mala vida y los arrabales no eran materia poética, entonces. Otros, como la milonga congénere1, fueron alegres y vistosas bravatas (En el tango soy tan taura - que cuando hago un doble corte - corre la voz por el Norte - si es que me encuentro en el Sur). Después, el género historió, como ciertas novelas del naturalismo francés o como ciertos grabados de Hogarth, las vicisitudes locales del harlot's progress (Luego fuiste la amiguita - de un viejo boticario - y el hijo del comisario - todo el vento te sacó); después, la deplorada conversión de los barrios pendencieros o menesterosos a la decencia (Puente Alsina - ¿dónde está ese malevaje? o ¿Dónde están aquellos hombres y esas chinas, - vinchas rojas y chambergos que Requena conoció? - ¿Dónde está mi Villa Crespo de otros tiempos? - Se vinieron los judíos, Triunvirato se acabó). Desde muy temprano, las zozobras del amor clandestino o sentimental habían atareado las plumas (¿No te acordás que conmigo - te pusiste un sombrero - y aquel cinturón de cuero - que a otra mina le afané?). Tangos de recriminación, tangos de odio, tangos de burla y de rencor se escribieron, reacios a la transcripción y al recuerdo; también, algunos, quizá un poco más tolerables, en que la venganza toma la forma del perdón y se complace en gestos magnánimos (Entra nomás ya que has vuelto - no tengas miedo a la biaba). Todo el trajín de la ciudad fue entrando en el tango; la mala vida y el suburbio no fueron los únicos temas y me acuerdo de piezas que se llamaron (¿hacia mil novecientos veintitantos?) El Rosedal y Mis noches del Colón. En el prólogo de las sátiras, Juvenal memorablemente escribió que todo lo que mueve a los hombres -el deseo, el temor, la ira, el goce carnal, las intrigas, la felicidad- sería materia de su libro; con perdonable exageración podríamos aplicar su famoso quidquid agunt homines, a la suma de las letras de tango. También podríamos decir que éstas forman una inconexa y vasta comédie humaine de la vida de Buenos Aires. Es sabido que Wolf, a fines del siglo XVIII, escribió que la Ilíada, antes de ser una epopeya, fue una serie de cantos y rapsodias; ello permite, acaso, la profecía de que las letras de tango formarán, con el tiempo, un largo poema civil, o sugerirán a algún ambicioso la escritura de ese poema. Hará siete años compilé, con Silvina Bullrich, una primera antología del compadrito. En el prólogo dije: "El compadrito fue el plebeyo de las ciudades y del indefinido arrabal, como el gaucho lo fue de la llanura o de las cuchillas. Venerados arquetipos del uno son Martín Fierro y Juan Moreira y Segundo Ramírez Sombra; del otro no hay todavía un símbolo inevitable, aunque centenares de tangos y de sainetes lo prefiguran." Y después: "Ojalá este volumen sirva de estímulo para que alguien escriba aquel verosímil poema que hará con el compadre lo que el Martín Fierro hizo con el gaucho. Ojalá aquel poema, como el otro, sea menos estudioso de lo accidental que de lo central, de los dialectos y apariencias del tiempo que de la forma de un destino.

Es conocido el parecer de Andrew Fletcher: "Si me dejan escribir todas las baladas de una nación, no me importa quien escriba las leyes"; el dictamen sugiere que la poesía común o tradicional puede influir en los sentimientos y dictar la conducta. Aplicada la conjetura al tango argentino, veríamos en éste un espejo de nuestras realidades y a la vez un mentor o un modelo, de influjo ciertamente maléfico. La milonga y el tango de los orígenes podían ser tontos o, al menos, atolondrados, pero eran valerosos y alegres; el tango posterior es un resentido que deplora con lujo sentimental las desdichas propias y festeja con diabólica desvergüenza las desdichas ajenas.

Recuerdo que hacia 1926 yo daba en atribuir a los italianos (y más concretamente a los genoveses del barrio de la Boca) la degeneración de los tangos. En aquel mito, o fantasía, de un tango "criollo" maleado por los "gringos", veo un claro síntoma, ahora, de ciertas herejías nacionalistas que han asolado el mundo después -a impulso de los gringos, naturalmente-. No el bandoneón, que yo apodé cobarde algún día, no los aplicados compositores de un suburbio marítimo, han hecho que el tango sea lo que es, sino la República entera. Además, los criollos viejos que engendraron el tango se llamaban Bevilacqua, Greco o de Bassi...

A mi denigración del tango de la etapa actual alguien querrá objetar que el pasaje de valentía o baladronada o tristeza no es necesariamente culpable y puede ser indicio de madurez. Mi imaginario contendedor bien puede agregar que el inocente y valeroso Ascásubi es al quejoso Hernández lo que el primer tango es al último y que nadie -salvo, acaso, Jorge Luis Borges- se ha animado a inferir de esa disminución de felicidad que Martín Fierro es inferior a Paulino Lucero. La respuesta es fácil: La diferencia no sólo es de tono hedónico: es de tono moral. En el tango cotidiano de Buenos Aires, en el tango de las veladas familiares y de las confiterías decentes, hay una canallería trivial, un sabor de infamia que ni siquiera sospecharon los tangos del cuchillo y del lupanar.

Musicalmente, el tango no debe ser importante; su única importancia es la que le damos. La reflexión es justa, pero tal vez es aplicable a todas las cosas. A nuestra muerte personal, por ejemplo, o a la mujer que nos desdeña... El tango puede discutirse, y lo discutimos, pero encierra, como todo lo verdadero, un secreto. Los diccionarios musicales registran, por todos aprobada, su breve y suficiente definición; esa definición es elemental y no promete dificultades, pero el compositor francés o español que, confiado en ella, urde correctamente un "tango", descubre, no sin estupor, que ha urdido algo que nuestros oídos no reconocen, que nuestra memoria no hospeda y que nuestro cuerpo rechaza. Diríase que sin atardeceres y noches de Buenos Aires no puede hacerse un tango y que en el cielo nos espera a los argentinos la idea platónica del tango, su forma universal (esa forma que apenas deletrean La tablada o El choclo), y que esa especie venturosa tiene, aunque humilde, su lugar en el universo.

1 Yo soy del barrio del Alto,
Soy del barrio del Retiro.
Yo soy aquel que no miro
Con quién tengo que pelear,
Y a quien en milonguear,
Ninguno se puso a tiro.

La tablada (Francisco Canaro)
Juan D'Arienzo y su orquesta típica
Fragmento de la película argentina La historia del tango (1949), dirigida por Manuel Romero,
donde Tita Merello canta El choclo (Música: Ángel Villoldo, aunque la melodía original suele atribuirse a Casimiro Alcorta, violinista de raza negra, hoy casi totalmente olvidado - Letra: Enrique Santos Discépolo)

Continuará...

2 comentarios:

carlos perrotti dijo...

La temática o materia del Tango, sus letras y leyendas como coordenadas donde encontrar su barrio-universo, el plano mismo de la República entera que es el tango, como bien dice Borges… La "tanguedia" que Pino Solanas esbozó en "El Exilio de Gardel."

Qué letra discepoliana, qué argenta descripción nuestra inmortalizó en “El Choclo”.

Párrafo aparte para el negro Casimiro Alcorta, según Gobello “uno de los padres de tango”, quien siguiendo indicios llegó a la fatal conclusión de que varios de los tangos de su época le fueron escamoteados para luego aparecer firmados por otros "autores".

Juan Nadie dijo...

Siempre hay alguien que queda al margen de la historia, habiendo merecido mucho más. Pero así la vida.

Un reconocimiento para el medio desconocido Casimiro Alcorta.

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