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lunes, 11 de noviembre de 2013

El arrabal del tango/ 11 - Cortázar y el tango

  Julio Cortázar, aunque afincado en París, nunca olvidó su patria. Nacido en Bruselas por casualidad, siempre fue argentino y como muchos sudamericanos exiliados se debatió toda la vida entre el amor a su tierra y la cultura europea. Este conflicto se refleja nítidamente  en Rayuela, donde Argentina es el "lado de acá"  y París el "lado de allá". 
    En 1953, estando ya en París, unos amigos le prestan a Cortázar una vitrola1 y unos discos de Carlos Gardel. Cortázar evoca este hecho en el texto que pueden leer más abajo. Para Cortázar sólo existe una forma de escuchar a Gardel: a través de una vieja vitrola, en discos gastados, en noches de verano y cebando mate.
    En 1980, Cortázar escribe y edita una serie de tangos con música de Edgardo Cantón e interpretación de su gran amigo Juan "El Tata" Cedrón, bajo el título de Trottoirs de Buenos Aires ("Veredas de Buenos Aires"). El disco se reeditó en 1995 y pueden escucharlo íntegramente aquí.

Trottoirs de Buenos Aires - Julio Cortázar y Edgardo Cantón, con la voz de Juan "El Tata" Cedrón


A Gardel hay que escucharlo en la vitrola.

    Hasta hace unos días, el único recuerdo argentino que podía traerme mi ventana sobre la rue de Gentilly era el paso de algún gorrión idéntico a los nuestros, tan alegre, despreocupado y haragán como los que se bañan en nuestras fuentes o bullen en el polvo de las plazas.
    Ahora unos amigos me han dejado una vitrola y unos discos de Gardel. Enseguida se comprende que a Gardel hay que escucharlo en la vitrola, con toda la distorsión, y la pérdida imaginables; su voz sale de ella como la conoció el pueblo que no podía escucharlo en persona, como salía de zaguanes y de salas en el año veinticuatro o veinticinco. Gardel-Razzano, entonces: "La cordobesa", "El sapo y la comadreja", "De mi tierra". Y también su voz sola, alta y llena de quiebros, con las guitarras metálicas crepitando en el fondo de las bocinas verde y rosa: "Mi noche triste", "La copa del olvido", "El taita del arrabal".
    Para escucharlo hasta parece necesario el ritual previo, darle cuerda a la vitrola, ajustar la púa. El Gardel de los pickups eléctricos coincide con su gloria, con el cine, con una fama que le exigió renunciamientos y traiciones. Es más atrás, en los patios a la hora del mate, en las noches de verano, en las radios a galena o con las primeras lamparitas, que él está en su verdad, cantando los tangos que lo resumen y lo fijan en las memorias.
    Los jóvenes prefieren al Gardel de "El día que me quieras", la hermosa voz sostenida por una orquesta que lo incita a engolarse y volverse lírico. Los que crecimos en la amistad de los primeros discos sabemos cuanto se perdió de "Flor de fango" a "Mi Buenos Aires querido", de "Mi noche triste" a "Sus ojos se cerraron". Un vuelco de nuestra historia moral se refleja en ese cambio como en tantos otros cambios.
    El Gardel de los años veinte contiene y expresa al porteño encerrado en su pequeño mundo satisfactorio: la pena, la traición, la miseria no son todavía las armas con que atacarán a partir de la otra década el porteño y el provinciano resentidos y frustrados. Una última y precaria pureza preserva aún del derretimiento de los boleros y el radioteatro.
    Gardel no causa, viviendo, la historia que ya se hizo palpable con su muerte. Crea cariño y admiración, como Legui o Justo Suárez; da y recibe amistad, sin ninguna de las turbias razones eróticas que sostienen el renombre de los cantores tropicales que nos visitan, o la mera delectación en el mal gusto y la caballería resentida que explican el triunfo de un Alberto Castillo.
    Cuando Gardel canta un tango, su estilo expresa el del pueblo que lo amó. La pena o la cólera ante el abandono de la mujer son pena y cólera concretas, apuntando a Juana o a Pepa, y no ese pretexto agresivo total que es fácil descubrir en la voz del cantante histérico de este tiempo, tan bien afinado con la histeria de sus oyentes. La diferencia de tono moral que va de cantar "Lejano Buenos Aires, que lindo que has de estar!" como lo cantaba Gardel, al ululante "¡Adiós pampa mía!" de Castillo, da la tónica de ese viraje a que aludo. No sólo las artes mayores reflejan el proceso de una sociedad.
    Escucho una vez más "Mano a mano", que prefiero a cualquier otro tango y a todas las grabaciones de Gardel. La letra, implacable en su balance de la vida de una mujer que es una mujer de la vida, contiene en pocas estrofas "la suma de los actos" y el vaticinio infalible de la decadencia final. Inclinado sobre ese destino, que por un momento convivió, el cantor no expresa cólera ni despecho. Rechiflao en su tristeza, la evoca y ve que ha sido en su pobre vida paria sólo una buena mujer. Hasta el final, a pesar de las apariencias, defenderá la honradez esencial de su antigua amiga. Y le deseará lo mejor insistiendo en la calificación.

Que el bacán que te acamala
tenga pesos duraderos,
que te abrás en las paradas
con cafishos milongueros,
y que digan los muchachos:
"Es una buena mujer".

    Tal vez prefiero este tango porque da justa medida de lo que representa Carlos Gardel. Si sus canciones tocaron todos los registros de la sentimentalidad popular, desde el encono irremisible hasta la alegría del canto por el canto, desde la celebración de glorias turfísticas hasta la glosa del suceso policial, el justo medio en que se inscribe para siempre su arte es el de este tango casi contemplativo, de una serenidad que se diría hemos perdido sin rescate.
    Si este equilibrio era precario, y exigía el desbordamiento de baja sensualidad y triste humor que rezuma hoy de los altoparlantes y los discos populares, no es menos cierto que cabe a Gardel haber marcado su momento más hermoso, para muchos de nosotros definitivo e irrecuperable. En su voz de compadre porteño se refleja, espejo sonoro, una Argentina que ya no es fácil evocar.
    Quiero irme de esta página con dos anécdotas que creo bellas y justas. La primera es a la intención -y ojalá al escarmiento- de los musicólogos almidonados. En un restaurante de la rue Montmartre, entre porción y porción de almejas a la marinera, caí en hablarle a Jane Bathori de mi cariño por Gardel. Supe entonces que el azar los había acercado una vez en un viaje aéreo. «¿Y qué le pareció Gardel?», pregunté. La voz de Bathori -esa voz por la que en su día pasaron las quintaesencias de Debussy, Fauré y Ravel- me contestó emocionada: «Il était charmant, tout à fait charmant. C'était un plaisir de causer avec lui». Y después, sinceramente: «Et quelle voix!»2
    La otra anécdota se la debo a Alberto Girri, y me parece resumen perfecto de la admiración de nuestro pueblo por su cantor. En un cine del barrio sur, donde exhiben "Cuesta abajo", un porteño de pañuelo al cuello espera el momento de entrar. Un conocido lo interpela desde la calle: «¿Entrás al biógrafo? ¿Qué dan?» Y el otro, tranquilo: «Dan una del mudo...»
Julio Cortázar

Este texto fue publicado en el nº 223 de la revista Sur, de julio/ agosto de 1953, y en La vuelta al día en ochenta mundos, 1967.

1 Gramófono. La palabra vitrola deriva de la marca Victrola, de la compañía Victor.
2 "Era encantador, encantador. Fue un placer hablar con él. ¡Y qué voz!"

Cortázar habla de los hermanos Cedrón.

10 comentarios:

finchu dijo...

Habrá que comprarse una vitrola.

Juan Nadie dijo...

Ya me gustaría tener una, aunque fuese de adorno.

marian dijo...

Menuda entrada has hecho. Gloria bendita por todos los lados.
Curioso cómo ve Borges a Gardel y cómo lo ve Cortázar.

Juan Nadie dijo...

Es que Cortázar es mi debilidad. ¿Has leído el texto sobre los Cedrón? No se puede definir mejor una verdadera amistad. Por cierto, hay otro post de Cortázar y Cedrón en "Salvo..."

Cortázar consideraba a Borges como uno de sus maestros, pero en muchas cosas eran muy diferentes.

marian dijo...

Estoy en ello, no me interrumpas:) jo.

marian dijo...

Auténtico y divertido.

Sirgatopardo dijo...

Extraordinario, se me había pasado este post. No me lo explico.
Ah, ahora si.

jose dijo...

ja, ja, ja, ja, ja, ja, ja,....

Juan Nadie dijo...

Ya sabes, cosas que pasan. Ay, señor...!

marian dijo...

Llévame pronto.

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